Una Hija Ilustre en Curicó: 70 años después

Veo con alegre sorpresa la definición de la tía Edith como hija ilustre 2021. No es mi tía, es nuestra tía, en el entendido que gana este rango honorífico tras varias generaciones ligadas mayormente a Curicó Unido. Lo planteo como una coincidencia, ya que con representantes de algunas organizaciones teníamos avanzada una carta que no alcanzamos a enviar. La carta, luego de los vocativos usuales, decía: “previo a profundizar en nuestra fundamentación, nos parece de sana obviedad constatar el hecho de que este premio debe ser adjudicado a una mujer, tanto en esta oportunidad como en las que vendrán. Decimos obviedad, atendiendo a que de los casi 40 reconocimientos anteriores, sólo 4 fueron a mujeres desde su primera entrega en 1951. Así como en la denominación de calles, las mujeres también han sido discriminadas en la entrega de esta mención. Aún representando a más de la mitad de la población y con un sustantivo aporte a la vida pública curicana”. El asunto no es baladí. Además de las históricas diferencias salariales, sociales, políticas, previsionales, médicas, sindicales, familiares, entre varias otras más, la mitad de la población debió asumir también esta discriminación pública, avalada por el variopinto y multigeneracional panel de hombres de la comarca. Una golondrina no hace verano, cinco tampoco, es cierto. Partamos entonces por proponer un marco a esta nominación ilustre.

Para resumir en una línea las décadas de trabajo de la señora Edith -por la satisfacción del deber cumplido- creo no excederme al plantearlo como “mantener viva el alma de la ciudad”. Curicó Unido para miles de curicanos significa mucho más que un contenido deportivo audiovisual de fin de semana y ella, junto a otros creyentes, fue clave en alimentar esa futura Ave Fénix, con peregrina obstinación, en sus peores momentos. Tiene valor a mi juicio el trabajo realizado. Sin ganar medallas de oro, sin una cuantiosa fortuna, sin ser electa, sin fama televisiva, ha contribuido a dar felicidad, a veces efímera, a una comunidad más acostumbrada a todo lo contrario. Hay valor, tanto en ese trabajo sin más interés que el del deber cumplido, como también en motivar a otros y otras con ese ejemplo, por cierto, más allá del cuadro albirrojo. Cientas de curicanas y curicanos contribuyen sin esperar galardones, a lo público, a lo que es de todos: hay valor en ello. Y es que eso debería perseguir un premio, una mención, un honor, que hasta hace algunos años -probablemente siga igual- no tenía siquiera un lineamiento oficial más que el de una consuetudinaria y vernácula idea generalista para su definición. Y como maulinos ladinos, entenderemos a lo que lleva lo que no se escribe, lo que no tiene procedimiento, lo que no está documentado: campo fértil a la arbitrariedad, al dedazo, incluso al pueril cuoteo y, por cierto, a la discriminación como se evidencia indiscutiblemente en las cifras. Es por esto que tanto la figura de la señora Edith como la pública y transparente propuesta que vimos en concejo municipal, proyecta una sana costumbre de hacerse cargo y no descargar responsabilidades propias en supuestas sugerencias de organizaciones. La señora Edith Véliz Negrete como varias otras valiosas mujeres debieron esperar, aún con sus válidos perfiles. Ojalá sea la primera de una serie de mujeres, con distintos aportes y significación pública. ¿Cuánto pudo influir en el desbloqueo unánime, un nuevo concejo municipal integrado ahora por un número histórico de mujeres?. ¿Cuántos bloqueos pendientes quedan?.

Como habrán podido notar, me interesa este asunto, porque lo considero central en las definiciones que como ciudad tomamos. En cada galardonado -y en las escasas galardonadas por cierto- se expresan también virtudes que como comunidad promovemos o, para ser más precisos, que nuestras autoridades nos proponen como ejemplo luego de su Visto Bueno. Hay poder en este premio: unos fueron aceptados, otras no; unos fueron validados, otras no y esa es una definición poderosa, aun cuando la superficialidad de la contingencia en varios casos, nos lleve a pensar lo contrario. ¿Cuáles son los valores o virtudes que como comunidad promovemos o queremos promover?. En esto es clave el origen, ya que en 1951 el pintor Benito Rebolledo (años antes de lograr su Premio Nacional de Arte) obtiene un premio creado casi para él, promovido desde la comunidad por la Asociación de Profesionales Universitarios de Curicó. Si, recién 70 años después una curicana alcanza este reconocimiento. Muy valorable por una parte, muy avergonzante por otra.

En el banquete que cerró la intensa jornada de entrega del primer galardón en el Club de la Unión ese 14 de septiembre -luego de la exposición de pinturas de Rebolledo, pasos más allá en el Banco de Curicó- una mujer participó, a modo de cuadro artístico. Ella declamó un poema de Graciela Sotomayor llamado “Campesina”. No conocemos bien su nombre, ya que fue consignada para la posteridad como Beatriz “de Muñoz”. Valga este recordatorio histórico para dimensionar el rol de la mujer en la comarca singular, que, luego de 70 años, pudo reconocer al fin a una de sus hijas como Ilustre.

Felicidades y felicitaciones tía Edith.

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