Acerca de por qué votaré apruebo

Más allá de lo que había compartido acá acerca de por qué aprobaba antes lo que podría verse como simple consecuencia, me parece importante consignar por qué volveré a hacerlo. No se si me interese mucho el seducir a lectores que ya tienen sus decisión tomada, quizá me interese más dejarlo como memoria de un momento que –como todos esos momentos relevantes– se nos van olvidando y reescribiendo en esa infinita capacidad que tenemos por reinventar el pasado. 

Ya habíamos dicho que una de las centrales tradiciones constitucionales es que ellas nacen de momentos críticos para Chile. Ninguna ha nacido del amor que intentan usar como gancho emotivo y, si me lo preguntan, creo que tampoco nacerá alguna desde allí. La misma nefasta tradición verdadera de no fomentar la democracia –manteniendo juegos de máscaras desde 1810 y antes– contribuye notablemente a eliminar siquiera la posibilidad de conversar racionalmente desde posiciones distintas. Ese amor no será opción mientras primero no amemos profundamente el desarrollo educacional, el pensamiento crítico, el fortalecimiento del tejido social o la apertura a lo distinto. Por lo pronto, ese “amor” queda en categoría de frase en tarjeta Village. Basta del cinismo. Primer punto. Vamos por el segundo.

Las supuestas tradiciones constitucionales también conllevan un set cerrado de hombres santiaguinos decidiendo lo que es mejor para todes, por una inmensa tropa de idiotas –me debo incluir– que no sabe hacer nada bien cuando se trata de lo público, salvo elegir representantes que sí saben que es lo que necesitamos. Aún cuando haya senadores con 4º medio –porque es requisito solamente, nada contra quienes tengan esta escolaridad– que sí puedan cambiar textos constitucionales, no podemos dejar que el sacrosanto ateneo quede abierto a este tipo de personas: no vayamos a creer que cualquier chileno o chilena puede osar creer que es lo mejor para cualquier chileno o chilena.
Esa soberanía esencial debemos cederla. Siempre. Si, siempre. ¿Doctorados diversos? ¿Profesiones distintas a Derecho? ¿Ciudadanía solamente? ¿Mujeres como 50% de la población?, no importa: sólo pueden entrar los de siempre.

Estas dos tradiciones, la de constituciones nacidas de crisis y violencia, no del amor amoroso; junto a la del selecto ateneo de hombres santiaguinos –quizá santiaguino sea demasiada apertura para denominar a 3 comunas de allí– junto a la de una evidente Constitución nacida desde el amor de los Hawker Hunters, es más que suficiente para desear una nueva constitución. 

Pero sigamos haciendo memoria. La crisis era brutal en la noche de ese viernes mientras el elegido comía pizza. Todos lo vimos en cadena nacional. No bajó la temperatura y a tanto llegó la intensidad de los días posteriores que, aún sin ser lo más solicitado, cedieron lo más preciado con tal de aquietar al volcán: la Constitución. La memoria suele fallar también para temperar el juicio acerca de lo que estaba pasando.
A varies se les olvidó el nivel de protestas pacíficas, otras no tanto, multitudinarias y en cada comuna de Chile. Quizá los afectados más directos, los alcaldes, lograron tener esa sensibilidad que pasaría a formar parte del olvido luego de la foto de los firmantes de noviembre. Fue el congreso, dicen, incluso el mismísimo comepizzas intentó –también– adueñarse del proceso.
Ahí es desde donde emerge ahora la sorna, el rechazo empoderado, el orgullo y el ninguneo. Luego del corte masivo de internet, del pánico desatado y encandilamiento, hoy cancherean sin pudor. Escribimos también acerca de esto en un post llamado Magnitud de la Crisis. Un párrafo decía:

“Ahora el presidente pide perdón. Los ministros piden perdón. Los diputados piden perdón. Los senadores piden perdón. Por cierto, como ha sido la tónica hace décadas en los tiempos de deshonor en la República, luego de pedir perdón nadie renuncia.”

Se nos olvidan estos “detalles”.

Este tipo de crisis, aceptémoslo, en épocas pasadas terminaba titulado como la matanza de”. Esta vez se “limitaron” a disparar a la cara con balines de “goma”. Varios terminaron molestos con el señor de las pizzas por no apretar la usual tecla histórica nacional: “mande a matar presidente”, “saque los militares a la calle”... para, nuevamente, disimular el desdén político con costo pleno para las Fuerzas Armadas de aquel desdén.
Varias calles nos recuerdan a aquellos supuestos prohombres que dieron la orden de disparar a los propios en matanzas. Héroes mentados incluso. Patriotas de verdad según dicta la memoria institucional. 

Pero eso no pasó esta vez. Luego de los balines, prefirieron ceder el libro con las reglas y llevarse el crédito, aún cuando los alcaldes lo perdieran. Como sea, llegamos a un proceso constituyente y un gran acuerdo por más que la foto no tenga sonrisas.
Obviando el formato de aquel anuncio inicial, afuera de la casa del señor de las pizzas, en jeans y sin corbata, que terminaría siendo histórico.
Se nos olvidan estos detalles, ¿no?.

Valga esta pequeña introducción que más que introducción es un ayuda memoria, para enfocarnos en la opción. Faltando un sólo presidente por enviar su carta pública –consistente con la capacidad de reacción del que prefiere ir a comer pizza cuando se le quema la red de metro de su capital– más allá de las ambigüedades agnósticas y los votos de apruebo y rechazo, hay sintonía en un par de puntos epistolares.
El primero es que en cada caso, nos cuentan, debieron degustar el manjar del bloqueo en cada uno de sus esfuerzos reformadores. Ni siquiera de cambio constitucional total, sino sólo reformador. Cada carta expone en alguna de sus líneas cómo rebotaban contra aquella muralla conservadora en cada ejercicio que intentó cambiar algo. Relean las cartas, cada una lo dice. Pero todas dicen algo más. Cada una coincide en que el esfuerzo no terminará después del plebiscito y que se requerirá sí o sí cambios cualquiera sea la opción ganadora. Vaya descubrimiento: la democracia y el convivir requieren de  ajustes, de sensibilidad para notarlo y capacidad de implementarlo. Novedoso.

Resumamos entonces este punto: todas las cartas evidencian un bloqueo de los mismos que desde la élite hoy rechazan y todas aceptan que cualquiera sea la opción ganadora se deberán hacer cambios.

(Por cierto, todo este post hasta aquí sin siquiera poner sobre la mesa la aparición de una nueva constitución como documento, como visión, como un entregable entregado en plazo y en pleno cumplimiento de los acuerdos establecidos por todo el espectro político y luego de un 80/20 doble al inicio. Esta parte es relevante pero retomémosla en un minuto).

Ahora, desde la operación y la evidencia, podemos constatar algo que no es un juicio sino una observación, tal como lo constatan les expresidentes: la derecha/élite no quiere cambios y lo ha demostrado en cada periodo presidencial desde el retorno a la democracia.
Ese es un hecho.
En ese marco de bloqueo y entendiendo quien(es) establece(n) el permanente deseo de no cambiar nada y, la necesidad de cambiarlo consignada desde esas expresidencias ahora pero también desde el explícito 80/20 antes, la única forma de llegar al objetivo descrito por ambos, es estableciendo una versión distinta de la actual y que sea precisamente la deseable de ser modificada por quienes siempre se paran desde el no-cambio

Rechazar es precisamente aceptar que todo está bien así, que no hay mayor necesidad de modificaciones y que una supuesta paz reinará en Villa Feliz, a pesar de lo ya planteado más arriba. Eso no será así. La democracia, así como la paz social no salen gratis. Es en ese momento en donde se establece la balanza del supuesto patriotismo, de esperar que todo un país se rompa o se raje o de establecer marcos de convivencia basados en “mínimos civilizatorios”.
Insisto, quienes votaron rechazo en primera y estiman realizarlo en segunda parece que se les olvidó el marco en el que se alcanzó el forzado acuerdo de noviembre. 

Así las cosas, la única forma de establecer una discusión en torno a lo que queremos como nación será optando por la que define el establecimiento de algo nuevo y que deberá tener ajustes.
Como no se puede cambiar sin cambiar, no será sencillo, rápido ni gratis, como nos quieren vender siempre. Ninguna de las dos opciones lo será, pero una de las dos sí tiene el potencial de lograr algo más positivo y no volver al día de la marmota de aquel pasado que ya no existe. 

No volveremos a agosto de 2019. Entiendo la nostalgia, pero tal como aquel matrimonio que se separó y vuelve a reunirse, sepamos entender que no volverá a ser lo mismo. Cada día es distinto al anterior, el agua no es la misma en el río y tampoco nos bañaremos dos veces en el mismo río porque también nosotros seremos otros. Rechazar no es una llave para volver allí y pareciera haber consenso general –real o fingido– en que sí o sí deberá cambiarse el texto, pase lo que pase.
Quien quiera nostalgia, no la logrará en este camino. Ahora, siempre es recomendable para los nostálgicos escuchar algún tema, por lo que sugeriría uno que grabó la exprimera dama, donde habla entre otras cosas de los aliens.

¿Que el futuro es negro como el cómic lo anunciaba ya el ’89?
¿Que hoy haya un desastre del que no podemos salir?
El presente se basa en la constitución vigente (opción Rechazo). No perdamos de vista eso.

La cultura de matinal y las redes sociales no contribuyen mucho a salir de ese espacio facilista. Será costoso encontrar el nuevo equilibrio y más aún con un supuesto ánimo reformador de un rechazo que, como sabemos, históricamente ha tenido sólo un objetivo: conservarlo todo cueste lo que cueste.

Todo aquello de las tías Pikachu, los dinosaurios, los Vade, el supuesto poder comunista y los cancelados que no dejan de aparecer en programas de horario prime, son parte del clásico intento por sacar la discusión de lo relevante con o sin el deseo de los afectados. Los canales, los anunciantes y un extenso conjunto de “los” también tienen vela en este entierro, por lo que la inocuidad y el apolitismo no es más que parte de aquel cinismo. 

Ya pero, ¿y el best-seller del año?. Parto por confesar que intencionadamente entro a toda librería a preguntar por él y en todas me dicen que no está. Lo seguiré haciendo ya que las librerías como parte también de esta nación/sistema, tal como los canales y auspiciantes, tampoco son inocuas.
El libro realizado es una interesante primera versión de una propuesta de futuro. No será ni por lejos la versión final como algunos falsos ingenuos supuestamente esperan(ban) y… ¡enhorabuena que no lo sea!.
El mundo cambia, los contratos cambian y era que no iba a cambiar el Contrato Social.
Veamos un ejemplo. Siempre recuerdo a Felices y Forrados, quienes no solo logran aquel éxito relativo por el servicio que prestan, sino por ir directo en contra de una premisa del sistema: los consumidores no pueden/deben agruparse. El desencaje sistémico con miles cambiando de fondo llegó incluso al Congreso Nacional, con el lobby intentando enfrentar algo que no se estimó por parte del diseñador del Mercedes perfectible –hermano del señor de las pizzas, como lo exige la endogamia chilensis– como lo fue el cambio tecnológico. Sólo coincidencia es que tanto la constitución vigente como el diseño del Mercedes taaan perfectible, sea del mismo periodo ochentero. El arquitecto Guzmán también falló al no poder prospectarlo y, lamentablemente, sus predecesores sin talento no lograron dar el ancho, limitándose a tocar la tecla de siempre una y otra vez: no, no, no y, finalmente, no.
Bueno, el mundo cambió y ese documento muestra una y otra vez su obsolescencia, por cierto, siempre con la posibilidad de ser modificada por quienes no tuvieron mayor interés/no les interesó modificarla. Quepa reafirmar esto: antes, durante y después de aquel octubre y aquel noviembre la oficina de partes del Congreso Nacional estuvo abierta –a diferencia de las veces en las que la elite a través de alguna de sus caras ha preferido disolver congresos– como para recibir los proyectos que no llegaron. 
Muy por el contrario, estuvieron dispuestos a que todo se fuera al grandísimo carajo en su deseo de fronda por mantenerlo todo tal como está. El MP3 de la exprimera dama, diseñado o no, resonó en todo el proceso y lo seguirá haciendo.

Aprobar, según lo predicho, pasa a ser la opción de abrir una conversación donde efectivamente exista el deseo compartido de cambiar. No solo desde una retórica desesperada para hacerse a la larga el muertito, intentando ganar un par de décadas más para mantener todo tal como está mientras el mundo nos pasa por el lado. Aprobar pasa a ser la opción de aquella revisión/edición que sistemáticamente se negaron a hacer los de siempre. Por cierto, ahora en plena campaña varios de los más insignes negociadores y arquitectos del sistema están más escondidos que ALF para que no recordemos de dónde venimos.

Ya finalizando, quepa recordar que este no es el primer esfuerzo por un cambio constitucional. El anterior, institucionalizado incluso, fue parado en seco. Este no es el primer texto que aparece, aclarémoslo.
¿Cuándo dejamos de iterar? Parece ser cierto eso de que cuando la elite/derecha lo desee.

¿Quedó mal hecho este documento?
¿La universidad privada le financió primero un decanato e incluso un libro completo para constatar los pendientes? Excelente. Tome asiento y explique donde y por qué es necesario cambiar, como uno más, ahora con sonrisa plena por la tarea intensa de construir una nación en conjunto y no desde una isla de la autosegregación. Cota mil creo que la bautizó alguien.

¿Quedó bien hecho el documento?
Siéntese entonces a definir cómo se lleva a la práctica en cada uno de los puntos que tendrán que ser ley. ¿Es pega? Si, harta pega y será más si seguimos en la misma dinámica de esperar unas décadas más evadiendo el bulto, hasta que vuelva a estallar el volcán.

¿Somos patriotas realmente o es solo es una postura, la mala copia gringa?
Habrá que demostrarlo en los hechos. Esto recién comienza.

El país nos necesita, como todos los días, por eso apruebo.

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