La falacia de la unidad nacional

De un tiempo a esta parte veo cómo se intenta imponer a la fuerza la idea de la unidad nacional. Esta idea, que parece calzar a plenitud luego de un bicentenario, no expone más de lo que en su momento cohesionó un interés general por una independencia, o no debería. Este concepto de unidad nacional —la original, no el cliché del bullying mediático— inclusive dentro de aquél interés nacional, contó con más de una vía para lograrlo, las que en algunos momentos se cruzaron y dividieron, pero disponiendo un cuadro heterogéneo en una época en donde las encuestas no dirigían a lo que era una nación-naciente.

Hoy vemos cómo se intenta validar a la unidad nacional como argumento trivial para lograr apoyos irrestrictos, más cercanos a la complicidad que al criterio general fruto de acuerdos cívicos. El terremoto se intenta proponer, emulando la doctrina de shock, como el momento propicio para demostrar quienes son chilenos de verdad, los que apoyan la reconstrucción sin siquiera pensar, sin siquiera cuestionar nada de lo que se realice con fondos públicos. Cualquiera que eleve en un milímetro la ceja u ose a pensar en una idea distinta para el mismo objetivo deberá cargar el peso de ser enjuiciado de querer lo peor para Chile. Sabemos que no es así y que por lo general cada chileno espera que este país sea mejor que lo que fue ayer.

Proponer que el que no apoye tal o cual decisión a nivel país es casi un terrorista, tira por la borda una premisa clave que ha hecho posible la vida en relativa paz, no solo al sistema chileno, sino a los sistemas democráticos en general. O que “aspiran” a ser democráticos, como el nuestro. Por el contrario, adoptar posturas de pusilanimidad pura por parte de todo el espectro político lo único que asegurará será malas decisiones además traer corrupción como bonus track. El caldo de cultivo para la corrupción es la pusilanimidad en bloque, defensas corporativas y la falta de interés por fiscalizar todo aquello que se realiza con fondos y fe pública de por medio. Sabemos que en el sistema democrático hay ciudadanos electos y bien pagados con la facultad fiscalizadora que debiesen usar permanentemente.

La satanización de quien se opone a nuestras ideas —por más buenas que sean— deja de lado una parte clave de la democracia que se basa en no imponer una idea per se, central en el autoritarismo, sino en la creencia de que mientras mas y mejor debate exista mejores ideas temporales se alcanzarán.

Ahora cabe preguntarnos, de qué forma se propone una Unidad Nacional a quienes día a día ven como compatriotas de cadenas farmacéuticas se coluden perjudicando a compatriotas enfermos, o de compatriotas supermercadistas revientan a compatriotas de modestos puestos varios, de compatriotas que prefieren vender las riquezas del país de todos para lograr su propio beneficio a manos llenas. ¿De qué forma le explico esto de la unidad nacional a un Juanito que vive en Chanquiuque y que no tendrá las mismas oportunidades futuras que Pablito que vive en La Dehesa?

Unamos la nación, pero no desconozcamos el quiste que tiene este cuerpo que pisamos a diario.

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Viva la diferencia diría mi gurú.

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