La semana pasada frente al Club de la Unión, en el contexto de una ruta por el Día del Patrimonio, fue expuesta desde una perspectiva arquitectónica la riqueza de uno de los pocos inmuebles con valor patrimonial que van quedando en la ciudad. Terminada la ruta, un halo de angustia quedó en los que asistimos, ya que el riesgo de pérdida está presente en cada uno de ellos.
Fue un símbolo de una época, que mostraba lo que en algún momento Curicó llegó a ser. Un símbolo de prohombres que en el mismo centro de la ciudad, construyeron un legado que fue más allá de edificios y ostentación, sino de avance concreto, de creación de Compañías de Bomberos, de creación de lo que llegaría a ser una Asistencia Pública, diarios como Diario La Prensa y de instituciones que de forma incipiente cambiaron el cariz de lo que conocimos como ciudad.
Posterior al terremoto fue un símbolo del comportamiento de los más selectos socios, que disfrutaron durante años de sus instalaciones y luego de tardes de palitroque, cachos, cenas, sours y empanaditas, fácilmente pudieron dejar al viejo que ya no rendía. Fue un símbolo por una parte de la propia reconstrucción pendiente y por otra de la irresponsable reconstrucción de un casco histórico que expresa hoy nada más que un interés puramente comercial, sin mayor contrapeso de parte de la autoridad por seguir algún lineamiento más avanzado que una línea de edificación de dudosa respetabilidad. También, se convierte en símbolo de lo que algunos llaman el costo de oportunidad. Seamos francos, que el edificio esté en el suelo será una oportunidad para algunos, un nuevo negocio más, para las cabezas que creen que la vida se trata de monetizarlo todo.
Ya se convierte en un símbolo de la inactividad política y su postura frente al resguardo patrimonial. Un símbolo de la inacción política, del comportamiento de concejales, alcaldes y los fiscalizadores que ahora saldrán a exponer su preocupación, otra vez a destiempo. El casco histórico, eso que para lo único que les sirve es para saber hasta donde llega la renovación de veredas, sigue pendiente.
Pero como Dios es guionista, el que fuera deviniendo en el mayor símbolo de esa identidad curicana pomposa -más fachada que fondo, más continente que contenido, más copa que vendimia misma- terminó sus días dando techo a quienes antaño habrían sido sacados a morisquetas por el celador de la puerta (como alguna vez me sacaron de ahí). Los vagabundos, conociendo el actuar local, pasarán a ser los sospechosos de siempre. El tejido social cortará sus hebras, nuevamente, por lo más delgado.
Hoy, convertido en el símbolo de lo efímero, el Club pasa a decorar el espacio de la pérdida. Se une a la gobernación, a la intendencia, a la estación, al banco, a las victorias, los cisnes, los peces y varios más.
Otro símbolo que se va. El símbolo de un tiempo en el que Curicó se construía a plenitud y no a medias, donde los prohombres realmente se comprometían con el desarrollo de su ciudad, un símbolo de algo que al parecer ya pasó y no tiene para cuando volver. La semana pasada, frente al Club de la Unión y sin saberlo, comenzó un homenaje, a la ciudad que fue, un verdadero réquiem para el Club.
Columna publicada en Diario La Prensa.
P.18, martes 9 de Junio de 2015.
Vea también
· Centro de reunión social. Intervención edificio Club de la Unión de Curicó
(1940)
Realmente no puedes tener más razón en tu comentario Marcelo.
Curicó realmente ha tenido muy malas gestiones que terminaron por terminar con casi todo el casco histórico de la ciudad.
El tránsito es inviable en la actualidad… ¿Que acaso para nadie es lógico que el terminal de buses de la ciudad debe salir del centro de ésta e irse para avenida Alessandri?