En “Curiyork una ciudad moderna” hablamos acerca de la transición entre una ciudad que se desvanece y otra que emerge.
Quizá debimos incluir más profundamente el caso de la vendimia y cómo vamos haciendo que algo se convierta en otra cosa.
Si bien mostramos como llegamos de reina a embajadora o del goce social al miedo en la multitud desatada –muy bien testimoniado por la exconcejala Inés Núñez luego del mar humano– sólo nos acercamos a ese deseo oculto, al íntimo anhelo de cada alcalde y equipo: lograr la mayor vendimia de la historia. Y es que el vértigo de las luces, flashes y magia achispada del vino, desinhibe a la par la frontera de lo posible. En efecto, como burbujas de un espumante, las ideas y sueños del tercer fin de semana de marzo nos llevan a pensar, decir y comprometer lo impensado. Yo sigo buscando al responsable de traer a Pailita y se que esa decisión no tendrá dueño, aún cuando con dinero público se haya arriesgado a miles por la falta de previsión y exceso de ego ahora disuelto. Enfrentados a esto, el problema entenderemos que no-es la Plaza como lugar y entorno acotado y finito, sino quién estima que puede traer a cualquier artista en pos de aquel íntimo deseo de copar. Tal como quien puede estimar que luego de 40 años pueden salir del centro las actividades usuales de vendimia.
Tan céntrica actividad conmemorativa, celebrativa, histórica, cultural, turística, agrícola, identitaria, circunscrita física y simbólicamente en el centro de la ciudad, el centro geográfico, político, social y económico de la comarca ya no estará en el centro, porque el show tomó un ritmo imparable, digno de Lollapalooza: nuestro propio Vinopalooza. Sendas jornadas de multitudinarios conciertos, ahora, allá, en La Granja. Y tal como todo lo que sale del centro es excéntrico, varios fueron por más: La Granja es poco, vamos por una pista de aterrizaje completa para hacerlo realmente bien.
Recordemos que siempre habrá fans del Guinness y de los corretajes entre nosotros.
Hubo décadas donde pedimos restricción vehicular en todas las formas posibles, hasta que llegó, en pandemia, con restricciones de movilidad y Estado de Excepción Constitucional resguardado por militares. Tuvo que llegar la restricción para comprobar su inefectividad. Quizá estemos ante algo similar, donde tengamos que hacer este cambio para que la celebración vuelva a su centro original. Quizá en ese momento realicemos el análisis que falta, del porqué queremos un cambio, qué es lo que no soportamos o qué vemos tan inaceptable que queramos mover todo. Tal vez en ese futuro logremos encontrar claves que exceden a la propia vendimia y nos conectan con imaginarios actuales que distan de aquellas primeras versiones de un evento que cambió tanto que terminará siendo otra cosa.
Pues bien, ya desde enero, brindemos por ello.
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