El río se llevó un puente. El río se desbordó y entró al pueblo. El río dejó a cientos de damnificados. El río se llevó el camino. Debieron salir con botes por las calles a rescatar a los vecinos aislados por el bendito río. Este relato no es del fin de semana, aunque tal vez lo sea. Confunde, ya que lo leímos en cada par de décadas durante el siglo XX. Parece que el destino ha dispuesto una especial escenificación en el Maule, tal como en Grecia, donde los dioses marcaban una sola y trágica opción, que todos podían constatar menos los afectados.
Volverá a pasar. No había que ser adivino, era cosa de ver los diarios o conversar con cualquier votante de edad avanzada. Digo votante ya que esperaríamos que quienes mejor conozcan cada rincón de la zona sean precisamente quienes se entregan en cuerpo y alma por representarnos. Entenderemos que también sabían que volvería a pasar. Si pasó, válidamente las comunidades podrán preguntarse cuando puedan reorganizar sus vidas, qué acciones previas se definieron para lograr la deseada anticipación, a sabiendas de lo que sucedería. O, de lo contrario, declarémonos como comunidad aquel destino griego con sinceridad: “vecinos, no tenemos escapatoria ante la tragedia”. A lo Kant, salir de esta “minoría de edad” de que habrá una solución concreta, para abocarnos a cuestiones de la cruda realidad como comprar y distribuir kayaks y otros inflables, levantar muros, mover recintos, etcétera.
Es curioso eso de que, habiendo muchos ríos y mucha lluvia en diversos lugares del mundo -¡Vaya, en Chile también!- no en todos esos lugares pase esto. Quizá sea porque este río -el bendito Mataquito- nos ataca en nuestro flanco más débil: la incapacidad de una coordinación real y la falacia del presupuesto escaso. Este no es un problema de Licantén: este problema confluye desde distintas comunas, muchas que vieron pasar el problema e incluso contribuyeron a aumentarlo. En ese Estado mínimo, ¿quien coordina?. Supongamos que ese interés de coordinación si existe: ¿habrá presupuesto para abordarlo? La respuesta es “depende”. Pudimos tener unos 50 mil millones -la Teletón junta un poco más de 30- entre los dos ejes viales y el helicóptero, beneficiando a toda la cuenca. Digo esto, por ejemplo, a días de un magno anuncio de mejoras de la J-60. ¿Tiene sentido hoy acometer esta acción aislada sobre zonas demostradamente riesgosas? Por lo menos ya se piensa en cambiar de emplazamiento el hospital que reemplazará al anegado.
Ahora bien: ¿cuál es la opinión de los partidos políticos frente a esto? Si son definidos como articuladores de los anhelos de la ciudadanía, a través de su extendida red de poder algo tendrán que decir: el senador con visión regional, el diputado muñequeando y fiscalizando, el alcalde priorizando, el concejal levantando la alertas, en fin, todos quienes este finde nos presentaban sus comprometidos videos en el barro, en outfit fluorescente impermeable.
¿Qué plantean las directivas maulinas y las nacionales respecto de esto? ¿Les preocupa acaso? ¿Preocupará mañana? ¿También delegan solamente, con esa fe democrática?
Nos gustaría creer que este es el problema que ocasionan unos “vecinos“ al tirar basura al canal, o que fue el cambio climático. Otros sugieren llenar de embalses, acumulando el riesgo. Parece no ser opción ni gestionar las cuencas ni mucho menos hincarle el diente a replanificar el territorio. Cuando toda aquella red de representantes no funciona, solo queda una opción reactiva: abrir pletóricos de desplante, el centro de acopio del partido para luego ir a entregar, selfie en mano. Volverá a pasar. ¿La política será efectivamente ese articulador de anhelos tan básicos de la comunidad, como ese de sobrevivir?
¿Volverá la política a hacer agua cuando de soluciones reales se trata?.
Nos vemos en el próximo temporal.
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