A 75 años del primer semáforo en Curicó

¿Qué pasaría si en vez de tener un humano controlando el tránsito programamos una máquina que permita o no el paso, intentando coordinar cruces con justicia? Día y noche, feriados incluso. Para que algo así pudiera funcionar –como todo en nuestra vida en comunidad– debemos tomar un acuerdo, comprometiéndonos a respetar cada indicación. Lo cierto es que, así como los lomos de toro, los semáforos pueden servir pero no siempre, valga decirlo: no son una solución final. Esto es relevante ya que en nuestra aproximación al fenómeno de la coordinación de acciones en el tránsito, nos parece que la semaforización es irremplazable, justa, eficiente y, por cierto, segura. Esta aproximación, esencialmente interpretativa, está siendo confrontada en otros países, que han optado por el modelo precisamente opuesto, de quitar señalética, bajo la idea matriz de que las señales emboban y restan responsabilidad a los conductores por sus actos, delegando en pedazos de latón la responsabilidad activa que cada uno debe tener cuando conduce. Nosotros seguimos en el lado de “llenemos con señalética”, donde el semáforo es el idealista cabeza de serie y el lomo de toro su fiel escudero.

A causa del primer ciclista herido, en Enero de 1902, en Una Ciudad Ciclista describí uno de los frecuentes siniestros viales de antaño: pasar a todo galope por el medio de la emergente ciudad. La “evolución” de ese comportamiento, correr en auto, obligaría en 1943 a definir un solo sentido a las calles céntricas y limitar la velocidad máxima a 30Km/h en 1947. El primer semáforo aparece en Yungay con Merced en marzo de 1950, construido por los especialistas eléctricos del ferrocarril.

En la actualidad tenemos el abanico completo: semáforos funcionando otros no, unos sincronizados otros no, unos en red otros no, unos completos otros no, unos aplomados otros no, unos abollados otros no, con especial protagonismo semanal en los nuevos diseños, Eje Circunvalación, Eje Freire Alessandri y Par vial Villota Argomedo.

¿Habrá algo peor y más expresivo del absurdo de nuestro tiempo que esa imagen de dos vehículos chocados bajo un semáforo activo? Unos los ven como meras luces decorativas (frente a luz roja) y otros por seguridad prefieren no avanzar (frente a luz verde). El incentivo es nefasto: ¿si los demás no respetan este acuerdo, deberé respetarlo yo? Y en la mezcla entre semaforización y alta velocidad, lejos de dar seguridad, aumenta la probabilidad de siniestros viales.

¿Tendremos que volver al acuerdo inicial? ¿Será que la igualdad ante la ley debe expresarse también en las calles e intersecciones? El semáforo parece expresar algo más que sólo luces y circuitería en un pedazo de metal, como comenzó hace 75 años acá.

(0)