¿Esto es un accidente?

¿Cómo llegamos a ser la segunda región, solo superada por la Metropolitana, en cantidad de muertes en el tránsito en Chile?
¿Cómo logró Curicó ser una de las ciudades que avala esta cifra, por ejemplo, siendo la comuna con mayor cantidad de ciclistas muertos en Chile?
Asumir que todo tiene un origen accidental puede ser parte del problema.


Son varias las causas y hoy quiero abordar una bastante escurridiza. Tiene que ver con cómo nos planteamos frente a un hecho, a las ideas que tenemos en torno al tránsito y, era que no, el diseño conceptual que también nos impacta.

Un choque es un choque. Un atropello es un atropello. Una muerte es una muerte. No, en tránsito parece no ser así, ya que la costumbre nos dice que antes que todo esto es un… accidente. Y al día de hoy, todo es un accidente según podemos ver en titulares y detalle cuando compartimos esto en modo de notas o noticias, comunicando hechos. Más allá de un intento de generalización avalado por la historia de uso cotidiano, el no racionalizar lo que decimos puede luego propagar un error que, en este caso, da una deseable ambigüedad si lo que deseamos es eliminar la noción de riesgo al usar el automóvil, en velocidad, en el espacio público.

¿Cuántos kilos de manjar debemos comer para tener alguna posibilidad de morir? ¿Cuántos cigarrillos debemos fumar para tener el mismo riesgo? Como sociedad definimos legalmente sellos expresivos acerca de las características o factores de riesgo asociados a un eventual daño a la integridad de quien elija aquel manjar o esa cajetilla. Es interesante que esta línea de ideas no logre alcanzar a uno de los objetos que más riesgo genera en sociedad, como lo es el automóvil. El automóvil mata. No podemos ver un sello así, como sí podemos verlo explícito en una cajetilla que no tiene motor, velocidad ni irrupción en espacios públicos atestados de gente, no en el mediano o largo plazo –como el manjar o los cigarrillos– sino hoy. 

Si decimos que un hecho es un “accidente”, aparecen más ideas vinculadas a esto.
El criterio de lo “accidental” llama de inmediato a la mala fortuna, un azar, un mal día, sencillamente un imponderable. Y todos entenderemos que las cosas malas podrían llegar a pasarnos, un mal momento, un… accidente. El problema aparece cuando nos tomamos todas las botellas, nos jalamos todas las líneas y/o llevamos los aceleradores hasta lo que dé el velocímetro.
¿Cuán accidental, fortuito, inesperado es un choque frente a un árbol o un poste transitando en alta velocidad?
No importa: por defecto será también un “accidente” según nos contarán luego.
Y si va a ser accidente, tal vez haber tomado aquellas 10 copas de más también serán parte de “solo” una mala suerte. Entonces comenzamos a suavizar, a endulzar noticia a noticia, hasta cuando la muerte arrecia.
Trágico accidente.
Murieron en un accidente.
Cuando todo es accidente, el resultado es la normalización. 1, 10, 100, 1000 muertes, da igual, son accidentes solamente.
Que un joven muera en un incendio nos conmueve.
Que un estudiante sea apuñalado en Cerro Condell despierta hasta diputados.
¿Que más de 100 maulinos mueran en tránsito? Eso es distinto.

Pareciera que no podemos enfrentar la dura realidad de que un móvil, de tonelaje, en velocidad, puede matar. Lo evadimos. Lo evitamos. Preferimos negarnos a la posibilidad de que aquella máquina sea capaz de elevar las cifras de Muerte No Natural, encabezándolas incluso. Ni a la Seremi de Salud del Maule le importa mucho. Al de Economía, menos.
Esto en nuestra región es interesante ya que existe la creencia de que hay una delincuencia desatada y los asesinatos son por montón. No es así. Cuando revisamos los datos encontramos otra realidad, la primera es que entre balas o punzazos gana el punzazo. Pero hay otro hecho que a varios les cuesta creer y es que el real riesgo de morir en el espacio público no será ni por balas ni por punzazos, ya que en el caso del tránsito ese riesgo casi se cuadruplica en el Maule. En 2023 los muertos en tránsito más que triplicaron a los muertos por homicidios, 183 versus 52. 

No se preocupe, no verá ni diputados ni senadores con ceño fruncido presentando esto como cifra realmente grave.
¿Por qué? Muy posiblemente porque la distancia entre “un arma y yo” sea mucho mayor a la distancia “entre uno y “un auto y yo”, siendo los legisladores, por ejemplo, en su mayoría también conductores.

Si hay una idea que debemos sacar de raíz de este contexto, es que quien maneja puede ser un eventual asesino o que un conductor o un automóvil puede matar. Quizá esto motivó incluso la denominación de la entidad encargada de análisis científico de siniestros viales como Sección de Investigación de “Accidentes” de Tránsito (SIAT) dependiente de Carabineros de Chile, en 1961. Es improbable que un día nos baje la pasión y de la nada matemos a alguien de un punzazo –estadísticamente aquellos asesinatos son de ese estilo, de la nada, caseros, discusiones– o peor y más distante: con algún arma con balas. La armería, el mercado negro u otra forma de acceso a “un fierro” ya supone una barrera frente al cuchillo carnicero que encontraremos en el cajón de la cocina. ¿Y el auto? ¿Qué pasa con el auto? Entonces, aún cuando todos podemos ser potenciales asesinos arriba de un auto, esta idea no debe siquiera ser sugerida, porque el halo de libertad, status, movilidad, progreso, técnica, confort, estilo, personalidad, poder, no debe ser interrumpido. Se cae la estantería. Entonces tiene sentido que quien salga bebido o drogado sea lo menos responsable posible, sin cuestionamientos, ni siquiera cercano al dolo, porque en aquel sujeto sí podemos vernos, nosotros podemos ser aquel –con una copa, por ejemplo– pero es altamente improbable que seamos el otro, el distante, el delincuente, el asesino del cuchillo, del punzazo, menos el de la pistola. Yo no soy un asesino como esos otros… pero sí conduzco.

Entonces, entenderemos por qué el uso del concepto “accidente” deba ser el que se mantiene. 

Un choque es un choque. Un atropello es un atropello. Una muerte es una muerte.
¿Por qué no informar sencillamente eso, lo factual, sin ponerle celofán ni cintas?
Ya hay un hecho y sería suficiente decir qué es lo que pasó en un espacio tan relevante en la generación de opinión pública e imaginarios colectivos como lo es un medio de comunicación. 

Si aceptamos que eso de proponer todo como “accidental” es un error de significado, entenderemos que se le suma una dimensión técnico legal previa: la de analizar y definir esta categoría de “accidente” por quienes tienen la responsabilidad y competencia legal para hacerlo (SIAT). Porque sin mediar informe y en algunos casos, sin mediar ni la llegada de la SIAT al lugar de los hechos, por costumbre se le designa como un “accidente”. Vea cada aviso en prensa.

¿Cuántos muertos en tránsito son aceptables?
A ese cero directo, se le cruza la idea de que “pero no será cero porque hay riesgo de morir en tránsito”.
Y como el cinismo público es amplio, tampoco ponemos cota, no decimos “aceptaremos sólo 100 muertos este año” porque también entendemos que es inaceptable decirlo. Lo que logramos entonces es un espacio de muerte sin cota, sin límite, el infinito como lo posible. En 2023 fueron 183 en el Maule. Los postrados, mutilados y familias afectadas no los contamos.

Ahora, sabiendo esto, ¿le seguiremos diciendo a todo que es un “accidente”? ¿será que todo lo titularemos como accidente? ¿lo usaremos como muletilla de todo lo que pase en contexto de siniestros viales?

Si es cierto que el lenguaje genera realidad, consideremos que llevar todo lo que sucede en el tránsito al dominio de la casualidad y mala suerte lo único que conseguirá es aumentar la cifra de fatalidad.

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