Sin Vendimia en la plaza, habrá taco.
Con Vendimia en la plaza, habrá taco.
Sin peatonal habrá taco.
Y con peatonal, también.
No tenemos certeza de si habrá mejores condiciones o no para peatones, pero si tenemos una certeza: mañana habrá taco igual.
¿Y que hace que pensemos eso?
¿Por qué es razonable y hasta esperable?
¿Por qué hoy lo extraño sería que no hubiese taco?
Efectivamente, la intuición señala varias ideas en torno a esto, algunas más razonables que otras y un grupo que, aún cuando parezcan soluciones frente a esta situación, entran en el terreno de la paradoja. Porque es muy razonable pensar –sobre todo cuando no teníamos herramientas suficientes como humanidad– que la tierra es plana. El asunto es qué hacemos luego de haber comprobado que no lo era. En el tránsito y otros varios temas esto también aplica. Por ejemplo, una comprobada paradoja señala que el abrir nuevas pistas no necesariamente mejorará la congestión vehicular y puede hasta empeorarla. Wow, eso es fuerte, ya que nuestra intuición muy válidamente puede dejarlo en el terreno de una posibilidad abierta: hagamos ensanches en toda la ciudad y resolvemos el taco. Y no, no funciona así. Teniendo esto en cuenta volvamos al imaginario de lo posible: hay taco hoy y habrá taco mañana. Y tiene sentido porque en lo concreto no realizamos mayores cambios que promuevan lo contrario. Es mal visto insinuar que no todo el mundo podrá tener y usar un auto. Me discrimina. Me quitan mi libertad. Bueno, tal como en el banco que quebrará cuando todos vayan a sacar su dinero a la vez, el recurso escaso llamado espacio público colapsará cuando todos salgan a la vez en su vehículo.
Por si no lo vemos, el crecimiento del parque automotriz está progresivamente yendo hacia allá, lo que premia nuestra intuición: más autos sólo generarán más taco. Y válidamente la comunidad señala que no tiene opción frente a una ciudad que creció sin que el transporte público creciera en la misma magnitud ni en mejor velocidad. Con motor diésel o eléctrico hoy, en este diseño de ciudad, no es mejor opción tomar un colectivo o la micro ya que en el mejor caso, nos enfrentaremos al taco en comunidad, compartiendo la vivencia de estar clavados ahí, no solo en una experiencia de la que somos espectadores, sino actores centrales del hecho comunitario: ¡estimados pasajeros, somos el taco!
La década de los ‘90 fue un buen momento para pensar el futuro y lo hicimos. Allí nos sedujo el diseño de ciudad metropolitana, ojalá ser un mini Santiago y en eso nos hemos convertido: en un pequeño Santiago de los ‘90. En esos años debimos desincentivar activamente el uso del automóvil privado con acciones reales y concretas. Extendiendo ciclovías, habilitando bicicleteros, definiendo peatonales permanentes, ejes de acceso limitado para locomoción colectiva y alejarse precisamente de eso que hoy nos venden como progreso: ejes viales más anchos, sin límite de velocidad, la opción precisa para ir a chocar ante el desesperante taco.
Ahí estamos. Eso, querámoslo o no, se llama diseño.
¿Qué ciudad diseñaremos desde hoy?
¿Una que siga promoviendo activamente el taco?
Estamos en eso, avalado por hilvanadas acciones que fomentan cada día el transporte privado.
La próxima vez que se encuentre en un desesperante taco no toque la bocina, grite en voz desesperada “¡yo también soy el taco!”.
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