El calor que nos merecemos

¿Cuál calor? Esa podría ser una pregunta razonable dentro de un vehículo climatizado a una temperatura confortable. También dentro de una oficina o domicilio en tales condiciones. Lo cierto es que el vigoroso mercado de compra, venta y mantenimiento de aires acondicionados en Curicó es un síntoma más de eso que merecemos. ¿Pero por qué lo merecemos? Porque en nuestra obstinada insistencia y aspiraciones, día a día cedemos a perder los más apreciados intereses del pasado. Si el camión bacheador es la estrella en la comarca, es porque aquel asfalto hoy lo consideramos irremplazable.
¿Cómo contribuye ese asfalto a este calor? En el caso de los peatones soportando el centro u otros desiertos en los diversos barrios, la progresiva eliminación de la sombra provista antes por los locales comerciales –práctica ya perdida– y la priorización aberrante y permanente del cableado por sobre los árboles –prácticamente ya perdidos– sólo suma grados a las veredas y a las cada día más frecuentes platabandas encementadas. ¿Cómo contribuye esta hostilidad, al calor y a las ganas de optar (o no) por salir a pie al centro? Alguien debe estar midiéndolo, seguro. La expansión urbana regulada a lo más por la mano invisible, además de aumentar aquellos metros de asfalto, potenció el vehículo familiar o personal, sin mayor problema de la Secretaría Regional a cargo de proveer de transporte público frecuente o digno. A cambio, jocosamente nos instalaron paraderos inteligentes donde ni hay recorridos. Esperemos que en algún momento aquella inteligencia se active. 

Los flujos de agua, uno de los enfriadores naturales, no han hecho más que descender en su paso por la ciudad, ya que el espejismo de optimización la “optimiza” bastante, antes de alcanzar a pasar la Ruta 5. Sin contar todos los enfriadores abiertos que teníamos alrededor de la ciudad y que preferimos entubar en sus distintos flujos. Omitiré eso de los humedales destruidos o en vías de destrucción. Hoy, como en una tragedia griega, no nos queda más que sorprendernos frente al final conocido. Tal como nos sorprendimos de los “accidentes” de tránsito en Argomedo o Freire-Alessandri luego de disponer todas las variables para aumentar la velocidad en todo lo posible, hoy nos sorprende asarnos en una infantería por el centro.
Progresivamente fuimos convirtiendo la ciudad en un horno. Es que para quien tome decisiones saliendo de una casa con aire acondicionado, subiendo a un vehículo con aire acondicionado y trabajando en un despacho con aire acondicionado, aquel horno no es más que una interfaz obvia en cualquier día de verano. Si los tomadores de decisión no caminan, no entenderán los barrios desbastados donde los niños no pueden siquiera salir a la calle a jugar, no solo por los vehículos, sino también por el riesgo climático que supongo vemos como evidente. Digo supongo, ya que aún cuando hasta enviamos representantes a la COP, a menos de un año de elecciones municipales este tema y otros asuntos críticos para la ciudad ni se asoman. Los graffitis y plantas de revisión técnica parecen ser nuestros grandes temas de ciudad. ¿Ciudades resilientes? No. Por lo pronto, sigamos disfrutando del calor que hemos construido.

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