Había alegría, no caras largas como en aquella foto luego del acuerdo nacional. Y es que, más allá del resultado del domingo, las caras eran de alegría y esperanza por los adherentes de la opción “A Favor”. Tal como en su momento lo hizo el “Apruebo”, en el “A Favor” también el llamado era uno y esperanzador por lograr un mejor país, según decían en ambos casos. Y ese es el primer gran acuerdo del que debiésemos alegrarnos: desde la más lejana izquierda a la más lejana derecha la voz de cambio se hizo oír en su momento.
¿Y qué ha dicho la ciudadanía cuando votó? A diferencia de lo que los dos principales matutinos de la capital sobreinterpretaron, en ningún momento la ciudadanía ha “consolidado” la constitución vigente: la ciudadanía ha repetido frente a dos preguntas bien claras y específicas, que ninguno de los dos documentos le ha parecido apropiado como el nuevo documento de reemplazo. Eso dista bastante de decir que hay algún tipo de añoranza por el texto vigente, sino específicamente hemos dicho –como ciudadanía– que en el caso de cada documento no es el que hemos querido mayoritariamente. Solo eso. Y eso mucho. También hemos aprendido en el proceso: hoy sí sabemos que no nos gustan las propuestas maximalistas y tampoco las confesionales. Muy bien, resumiendo, tenemos 3 acuerdos claros: queremos una nueva constitución, no la queremos maximalista, no la queremos confesional.
Hoy, LyD con calculadora en mano nos alerta acerca del inmenso derroche gastado en dos plebiscitos. La mejor forma de ahorrar es prever y abordar las crisis antes de que sucedan. ¿Qué alertaron los thinktanks como LyD ante esto? Las dos polarizaciones que antecedieron la elección y creación de cada documento plebiscitado tuvieron, entre otras fuentes, el legislar y elegir en caliente, evitando todo cambio previo en “sede legislativa”: ¿podríamos haber desactivado antes todo esto? Insistiré en que, sobre todo para aquellos que supuestamente les importa “ahorrar”, pudimos “ahorrarnos” todo esto… incluso el estallido. Debemos “invertir” en paz social. Vivir en paz no sale gratis ni es eludible como los impuestos. Salvo que nuestro negocio sea la venta de bombas lacrimógenas, nadie ganará con el permanente estado de agitación pública. Las monsergas y llamados reactivos a condenar la violencia no son suficientes para que ella se detenga, debe ser anticipada. Vivir en comunidad tiene costos y –como el pecado original– sólo nos cabe hoy asumirlos con tal de lograr prosperidad.
Es cierto que es más entretenido y da más visibilidad imagocrática bailar el Koala en el congreso o hacer lives en TikTok con botas de agua, pero en el largo plazo eso sólo agrega leños a la gran hoguera de conflictividad social, siempre en preparación, siempre pendiente de desactivación. Pudimos evitarnos todo esto: favorablemente en Valparaíso ya tienen 3 acuerdos sobre los que trabajar para evitar un futuro estallido.
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