Lo que escribo no es accidental. No lo guía el azar, el destino o la suerte. Hay motivaciones, fundamentos, explicaciones tras esto, tal como cuando conductores deciden subirse a realizar una tarea compleja, de alta precisión, drogados, sobre una máquina de varias toneladas -automóviles- a velocidades que fácilmente pueden exceder los límites que como sociedad (nos) hemos definido. ¿Conducir alcoholizado y/o a exceso de velocidad produciendo muerte debemos considerarlo a priori como un “accidente”? Según nuestra cultura, si: debemos considerarlo accidental.
En el caso del siniestro vial en que murió José Alarcón Tamayo QEPD (43 años) quien esperaba locomoción para ir a trabajar, en un paradero del cruce La Obra a eso de las 05:00 AM del 29 de diciembre en la J-65, nunca podremos sabremos si fue un “accidente”, un “azar”, un “destino”. Podremos tener pistas, claro, veamos dos. La primera es la veloz fuga sin prestar auxilio a la víctima. La segunda es haber escapado al grácil y raudo accionar de la justicia durante 2 años. A ese comportamiento, a ese escape, a esa deshumanizada y consciente acción, como sociedad, le asignaremos una sanción de libertad muy intensamente vigilada. Como no tenemos recursos para esa muy intensa vigilancia a lo más habrá alguna firma en un libro. Si, menos que una cuarentena en pandemia. Fue más alta la prisión preventiva, previa a ser sancionado. Ese veredicto -que puede ser muy justo según el manual- tampoco es accidental. ¿Quién redactó el manual? ¿Dónde se redacta ese manual?.
La Región del Maule es una de las más inseguras del país. No me refiero a la delincuencia en donde encabezamos la estadística nacional de regiones seguras, sino a la de accidentabilidad y siniestros, donde somos la segunda región con más siniestros viales y la primera -si, dije primera- en cuanto a muertes en siniestros viales. Ambos datos, de delincuencia y siniestralidad, tienen como fuente a Carabineros, el primero entregado en sesión de Concejo Municipal (hay video) y el segundo fue incluso portada de este diario (hay papel). ¿Serán estas cifras también “accidentes”?. Llevemos la memoria a unos días atrás. En la última catástrofe climática -donde perdimos nuevamente a Licantén- hubo dos víctimas fatales. Ese mismo fin de semana, solo en unas horas, perdimos una decena de personas, de vidas, de sueños y anhelos, de historias individuales e infinitas, en siniestros viales en el Maule. ¿Parecemos siquiera preocupados como sociedad por esto? ¿Es accidental esa desafección? No, no lo es. ¿Por qué no hacemos nada? Porque como sociedad hemos normalizado la muerte en el tránsito. Si no fuese así, quienes redactan esos manuales -leyes- serían inflexibles, tan inflexibles como sí lo son para otros casos. Casos que muy improbablemente les afectarán, por cierto. En el juego del tránsito -usando el canon de Huizinga y su Homo Ludens- todos somos potenciales asesinos. Podemos matar. No es interpretativo ni antojadizo: esos 2.000 muertos anuales -únicamente en Chile- son la evidencia concreta de ese potencial. Entenderemos entonces que no podemos ser tan duros, tan inflexibles, tan implacables. En este marco se nos ocurrió autorizar el uso de polarizados, la eliminación de facto del control psicotécnico renovando licencias y ahora se nos ocurre aumentar el límite de velocidad urbano (60km/h). Esto no es un accidente, es un paradigma. Por lo pronto, hagamos valer la voz autorizada de la SIAT, que a diario debe lidiar con esta desidia. Reconozcamos su tarea de investigación, fuente de evidencia para distinguir si un “siniestro vial” pudo ser considerado (o no) como un azar, un destino… un “accidente”.
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