Debe haber una nueva alineación estelar, ya que la J-60 tendrá una intervención que supuestamente será integral. Un recapado, desde Rauco a Licantén. No será, claro, la definición completa de la ruta ni tampoco una renovación desde cero, pero sí tendrá mejoras, según los anuncios que hemos leído del Seremi del MOP. Entre ellas, algunos ensanches de curvas. ¿Será posible que esta vez, este nuevo esfuerzo con dinero público sí pueda beneficiar a algo que no sea el siempre venerado dios automóvil? Como tenemos el paradigma a flor de piel, toda renovación de vías debe tener como centro las vías para automóviles y los demás… los demás que se las arreglen como puedan: el espacio público es priorizado para nosotros los automovilistas y ustedes, peatones, ciclistas y otros, vean si en nuestra inmensa benevolencia pueden hacer uso de nuestro espacio. Siempre en este tipo de proyectos se alega el problema económico -los recursos son escasos- pero vaya que siempre la prioridad es una: autos. ¿Será este el momento de veredas para las comunidades que viven en torno a la ruta? ¿Podrán integrarse los esfuerzos descoordinados de cada comuna para conectar aquellos segmentos discontinuos de ciclovía? ¿Hubo alguna participación ciudadana siquiera para preguntar o, como el caso del bypass y tantas otras obras, la comunidad deberá aguantarse nuestra genial idea centralista solamente?. La J-60 es una de las rutas más sangrientas en esta, la segunda región con mayor accidentabilidad y muertes a nivel nacional en siniestros viales (dicho desde SIAT). Peatones y ciclistas por decenas. Automovilistas y copilotos también. Buses incluidos. La más nefasta visualización de información está allí, en el piso mismo de la ruta, en cada animita que marca esos puntos mortales.
Como el paradigma proauto es un monstruo grande y pisa fuerte, nos notificaron en su momento que cuestiones como expropiaciones u otras formas creativas de diseño, no son posibles en el caso de veredas y ciclovías. También, que el venerado RS -era que no- tiene sesgo proauto. Pero quien haya transitado la J-60 y otras vías similares, habrá visto que hay un espacio, una franja, que denominaremos como “las sobras del progreso”. Muy posiblemente también hayan sido pensadas para el dios automóvil, en tanto que se van formando luego de aplicar un borde de asfalto fuera de la vía. Luego de ver el marco completo y la intermitencia de esta franja -quien haya transitado especialmente en bicicleta la recordará- pasa a ser eso, el sobrante, el resto, lo secundario, las sobras respecto de lo que realmente importó en el diseño. Quizá esta proyección, con aquel sobrante de este esfuerzo progresista, dé para ir ampliando en algo un espacio que permita -en la siguiente alineación estelar- asegurar a futuro una zona donde peatones y ciclos puedan transitar sin temer por su vida, en Rauco, Hualañé y Licantén. Ahí nomás parece: ¿le preguntaron al conjunto de integrantes de la asociación de alcaldes y alcaldesas provinciales acerca de esto? ¿Incluirán a Vichuquén o nuevamente se irá de perdices? ¿Duao siquiera? ¿Tendrá sentido sumar a Teno, Romeral, Molina y Sagrada Familia (hasta Curepto quizá) en una visión de integración en el eje Andes – Pacífico, o la plata sólo nos alcanzó para esa ficha?. El proyecto será por segmentos: Rauco-Palquibudi, Palquibudi-Hualañé, Hualañé-Licantén. Casi emulando el ritmo del ramal. Las obras del primer segmento comenzarían en plazo optimista en el primer semestre de 2024 y tendrían un valor de $10 mil millones. ¿Eso es mucho, es poco?. El Freire-Alessandri nos costó $20 mil. Montos asegurados y listos a licitar implican que el proyecto está cerrado. Veremos -pasado este periodo municipal y presidencial- para cuántas fichas nos alcanzó esta vez. Roguemos que haya sido para más sobras de progreso, por favor.
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