Tal como nos cuesta definir si queremos paz o solo orden, nos cuesta definir si queremos seguridad o solo menos delincuencia. Entenderemos que no es lo mismo. Esto puede ser importante si recordamos que en cada inicio de diagnóstico nos jugamos a lo menos la factibilidad de soluciones posibles y el logro de nuestros objetivos. Según yo, tenemos un problema de delincuencia y a la vez de seguridad; donde todos están plenamente de acuerdo en abordar el de delincuencia, pero no es claro que también el de seguridad. Veamos datos. Si contrastamos, por delincuencia, tenemos cero muertos en 2023, en contraste con los 3 motoristas fallecidos -sin llegar a la quincena del mes- y una decena de siniestros viales sin fatalidades, sólo en J-60, sin incluir al “megaproyecto”. A la par, inseguridades como las que vimos camino a Siete Tazas, Boyeruca, en la toma del camino en Hualañé y las alertas semanales en concejo municipal de Curicó (que supongo se repetirán en las otras 8 ágoras locales), refuerzan el hecho de que hay otra seguridad que no está cubierta. Cuando todos parecen muy preocupados por la delincuencia, esa otra “inseguridad” queda a su suerte. Tan a su suerte como cada alcalde y alcaldesa de la región y provincia cuando pretenden abordar ciertos temas, por lo mismo es -también en contraste- tan auspicioso que al menos en la provincia hayan decidido agruparse.
Quién vaya de cordillera a mar siguiendo el eje provincial, entenderá claramente los límites de cada territorio con solo mirar. Eso habla de una desestandarización -histórica en algunos casos- donde aquel esquema de “rásquense con sus propias uñas” es evidente. La comuna de los lomos de toro, la comuna de los partes, la comuna de las cuestas, entre varias otras conviven en esa falta de articulación conjunta que también suma riesgos.
Si vamos a hablar de seguridad en lo público, no es posible dejar fuera la (in) seguridad que tiñe con sangre las vías. Si pensamos en enfoques integrales respecto a seguridad, este riesgo que compromete la vida no podemos dejarlo fuera. Vaya que tiene sentido que equipos de emergencia -claves en gestión de riesgos- contribuyan a mitigar riesgos viales específicos como ha pasado frente al Cerro Condell.
En lo que a ciclistas y peatones se refiere, el asunto es claro: la muerte se presenta con más frecuencia en “el entre”, allí donde precisamente no había espacio por falta de podas, donde estaba bloqueado por un microbasural, donde el vecino bloqueó con el auto ese angosto derecho a la sobra del desarrollo asfaltado. Desconozco por qué bautizaron como “globales” o “miniglobales” a entidades que viven más en el espacio de lo fantasmagórico, imaginario, de lo invisible. Corporizaciones que a la vez limitan la capacidad de acción de otros, que podrían verse más motivados o comprometidos por resolver eso, en esa infinita segregación de funciones públicas.
Tal como son importantes los talleres de defensa personal, también lo serán los de convivencia vial, tránsito y movilidad en la ciudad, quizá con grupos específicos como locomoción, colegios, ciclistas, los olvidados tricicleros, el comercio con bodegaje, motoristas, camioneros y también campañas en terreno especialmente en los autódromos públicos, allí donde no hay ley. Diagnósticos de puntos de muerte provincial, de riesgos viales, instalación de contadores automatizados y campañas coordinadas deberían sumarse en esta oportunidad provincial que luego de 500 años lograron lúcidamente abrir en junio de 2022. Hay una frase que se dice al salvar de un “accidente” vehicular o de un “siniestro” por fuego: lo material se recupera (la vida, no). Esa seguridad también importa, pudiendo causar tanto o más daño a las familias y a la sociedad en su conjunto que un acto de vil delincuencia.
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