Bajemos el riesgo: no hagamos nada

Les comparto esta columna, publicada en Diario La Prensa, acerca del síndrome Chernobyl ante el plebiscito.

“Luego del estallido social, las fuerzas políticas del establishment —con manifestantes y camiones militares transitando por el puerto— llegaron a un acuerdo. La construcción de la falacia del espantapájaros, afirmando que alguien estaría creyendo que todos —si, TODOS— los problemas se solucionarían con una Nueva Constitución, ha empantanado a varios luego de ese acuerdo. Esta distinción falaz, olvida que en paralelo, la constitución ya era un problema en sí mismo, patrocinado activamente por esa tercera cámara llamada Tribunal Constitucional. Tenemos problemas sociales y constitucionales también, en paralelo. Como varios quedaron en shock, perdiendo la memoria e internet luego del 18 de octubre, quepa recordarlo.

Pero me pregunto, desde la economía procedimental incluso y viendo la escena actual de falacias, propagandas y contrapropagandas, ¿no será mejor no hacer nada?.
En efecto, estaría superando la apuesta más conservadora que va por el rechazo, que se oferta como el camino a reformar algo. Es una especie de portazo en la cara, pero constructivo: rechazar pero reformar. Piénselo, al no hacer nada, ahorraríamos incluso que los reformistas deban decir cual es ese audaz plan de cambio, que aún no ha sido presentado. Las reformas también llevarán tiempo, tendrán que pasar por el congreso, otras requerirán impulso de la cada vez más enclenque Presidencia, en fin. 

No dudo un minuto en que ese plan de reformas ya está preparado, o al menos existe. Éstas ansiosas ofertas de reforma previo a la elección de abril, abren la interrogante obvia acerca de:
¿si es tan importante y apremiante reformar hoy, por qué estamos ahora hablando de esto y no lo abordamos de forma proactiva sin esperar un estallido?.
La misma pregunta cabe para el set de compromisos presidenciales abordados a matacaballos, pero que parecen no dar el ancho.
En resumen, ¿lo vimos o no lo vimos venir?.

Entonces, ya que todos ofertan alguna forma de cambio, esta propuesta —no hacer nada— sería la más osada, ya que supone de fondo que no se deberá gestionar esa energía existente y que tendría su reactivación en marzo. Hay osadía en la ignorancia, sin duda, como en este caso al asumir que esa energía no existe o se acabó. Obvio, también hay osadía en pensar que la inmovilidad bajará el riesgo.

Algo motivó en lo profundo de nuestra muy responsable élite política —subconjunto de la muy responsable élite social— a abrirse a ese acuerdo de caras largas ese 15 de noviembre. Tal como niños descubiertos copiando en plena prueba, parecían delatar una trampa que ahora estaban dispuestos a enmendar. Quizá era solo la vergüenza preclara de haber sabido lo que pasaría luego de hacer una fiesta de décadas sobre la cabeza de un dragón. 

Sin duda: lo vieron venir.

¿Será mejor, entonces, no hacer nada? La democracia cuesta. Si tiene tiempo en febrero, intente ver la serie Chernobyl. Allí, en un entorno de plena incompetencia y cuoteos, la primera respuesta del encargado fue sencilla, rápida y barata —anhelo de varios por estas latitudes de cara al proceso— y consistió en hacer que el problema no existía. Las consecuencias, las vemos hasta hoy. Hacer un país realmente serio, cuesta y costará tiempo, dinero y varios disgustos. Pero claro, la primera respuesta vista en Chernobyl seguirá como posibilidad en la mesa, aún teniendo el grafito en la mano.”

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