Más democracia o más democracia

¿Estamos seguros que queremos vivir en una democracia?
En momentos donde nos tomamos una pausa histórica para repensar esto como un país realmente serio donde las instituciones realmente funcionen, ésta es una consideración no trivial. En tiempos de crisis, donde no aparecían opciones factibles, los alcaldes lograron construir una puerta en ese muro infranqueable, ante un poder ejecutivo encandilado frente al auto y un legislativo tomándose selfies en algún club de adulto mayor. El hecho de abrir siquiera la discusión acerca de una nueva constitución, gatillaría después un acuerdo bajo presión, sin sonrisitas ni brazos al aire, un forzado gesto donde todos en la foto saben que perderán algo. Ceder poder nunca ha sido fácil, barato ni muy pacífico.

El acuerdo tuvo como base la premisa de que estamos pensando todos en democracia. ¿Es tan así?. Cuando hay sueños afiebrados por algún autoritarismo desde un extremo y por quemarlo todo del otro, no parece muy claro que sea la democracia ese mínimo por defecto desde donde sentarse a discutir. Ambos casos, más allá de ser ambos una forma de violentismo, son bien cómodos, nos acercan incluso al facilismo. Que otro se encargue de todo -obviando el costo- nuevamente nos pone en el lado del consumidor que espera que el Estado se comporte como una tienda: pon orden y hazlo ahora. Quemarlo todo, por su parte, olvida el día de mañana, donde terminan haciendo el juego a los primeros. Los extremos conectan, los polos se atraen.

Creo en la democracia. Pero si hay quienes deberían creer de la forma más vehemente posible, son los políticos profesionales. Su propia subsistencia se basa en esto. Su leitmotiv debería ser su fortalecimiento. Lejos de eso, evaden lo más posible la entrega de definiciones vía elección ciudadana y, cuando llegan a hacerlo, siempre se reservan el derecho de hacerlas vinculantes o no. Lo que pase el domingo no será la excepción. Así como pasa a nivel presidencial, los alcaldes parecen pensar en que una vez electos su voz es la única a escuchar. En estos sistemas fractales, como es arriba es abajo.

Como los maulinos somos ladinos, habrá comunas que no participarán. Lo que nos lleva a una pregunta que parece relevante: ¿realmente nos gusta la democracia o sólo nos gusta cuando somos parte de la elección? Entiendo que varios representantes piensan que quienes votamos somos un lote de idiotas, incapaces de poder participar en algo como una nueva constitución por ejemplo, pero que dejamos de ser idiotas una vez cada cuatro años: cuando nos iluminamos para ir a votar por ellos. 

¿Los alcaldes negados pensarán que sus vecinos son un lote de idiotas? Independiente de lo que piensen, algo quedará claro: comunas completas no tendrán elección. 

¿Qué dijeron sus audaces diputados y senadores al respecto?, imagino que reinó el silencio nuevamente. Ya están volviendo a las selfies, de hecho.
Creo en la democracia, pero dudo que quienes viven como políticos profesionales lo hagan plenamente. Algunos hasta abjuran de la política en sí, públicamente incluso. La democracia no es sólo votar, es una profunda convicción en que efectivamente nadie sobra, que este es un camino que hacemos entre todas y todos, ojalá sin auto-exclusiones. La democracia es también autopoiética y recursiva, así, comportamientos como las reelecciones infinitas dañan infinitamente a este -como hemos visto- frágil sistema en precario equilibrio.

Iré a votar, aún cuando tenga un listado de motivos de duda. Parte importante nos cabe también a los ciudadanos, ya que cada opción cuenta.


Columna en Diario La Prensa

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