Les dejo este artículo llamado “Disculpas para un ermitaño” de Roberto Farías. Vale la pena leerlo.
Hace cuatro años el periodista Roberto Farías publicó El ermitaño impasible en revista Paula, la historia de un solitario del confín de la Patagonia que había detectado sutiles señales del cambio climático. El artículo tomó vida propia, fue replicado muchas veces y hasta un canal de televisión de Nueva York hizo un documental sobre el personaje. Ahora, Farías cuenta cómo, al salir del anonimato, el ermitaño fue acosado, invadido y hasta amenazado. Este reportaje es un mea culpa y también una reflexión sobre cómo el periodismo, al divulgar una historia, puede interferir dramáticamente en la vida de sus protagonistas.
Bernardo, Adriana, Peter y John: un realizador, un periodista, un fotógrafo y un productor de Nueva York vienen a la Patagonia para hacer un documental para el programa Far Out, de la agencia y editorial Vice, sobre Faustino Barrientos, una especie de ermitaño sobre el que escribí hace cuatro años en Paula y que llevaba 51 viviendo solo en lago O’Higgins, a los pies de Campos de Hielo Sur, en el extremo austral de la región de Aisén. Yo, en principio, solo voy a visitar a Faustino Barrientos y los acompaño para guiarlos por sus tierras.
El reportaje que escribí sobre él hace cuatro años, titulado El ermitaño impasible, tomó vuelo propio. Lo replicaron en muchas páginas web e, incluso, un artista hizo dibujos con el rostro impasible de Faustino con sus lentes como del siglo pasado. Otros estudiantes querían hacer un audiovisual para su tesis. Y desde Nueva York querían hacer este documental. Finalmente, en el pasado diciembre, fuimos a grabarlo durante una semana. Los de Vice habían estado hace poco en Alaska con un cazador de osos Heimo y su refugio ártico. Para el siguiente capítulo estaban entre Faustino o un criador de caballos de Siberia, pero optaron por Chile. El mini documental salió en este marzo en 30 idiomas, en el programa Far Out, que se reedita en cable, televisión e internet. Está dirigido por Bernardo Loyola, un realizador neoyorquinomexicano, quien trabajó durante 7 años con Michael Moore. Se llama: El retiro de Faustino en la Patagonia, y puede verse en youtube.
Desde mi viaje, hace cuatro años, que no había vuelto a esas tierras, hasta ahora que acompañé a los documentalistas. Pero apenas nos fuimos adentrando en la Patagonia, pasando Coihaique, Cochrane, Villa O’Higgins, la diferencia con mis acompañantes norteamericanos se volvió cada vez más marcada. Para ellos todo era nuevo y sorprendente. A cada cascada o río saltaban de la camioneta como astronautas que llegaran a Marte. Para mí, en cambio, tomó de pronto un cariz que no había previsto: comencé a darme cuenta de los dramáticos cambios que mi artículo había provocado en la vida de Faustino. Mucho más dramáticos que los deshielos que amenazaban su entorno.
ANTIPARRAS NUEVAS
La primera vez que estuve con Faustino, en enero de 2008, entre muchos silencios y monosílabos, él me mostró una piedra en la playa frente a su casa donde se sentaba a ver el amanecer en el mismo día de octubre desde hacía muchos años y me soltó la primera de varias profundas cavilaciones: “La sombra de la cordillera se ha corrido de aquí, hasta allí”, me dijo. La sombra de un pico cordillerano que el sol de octubre proyectaba hasta alcanzar la roca, se había corrido, extrañamente, unos cuantos centímetros en esos años. No se lo había dicho a nadie, pero a partir de esas sombras, había deducido algo alarmante: o la cordillera se estaba levantando o el suelo que pisábamos se estaba hundiendo. Quizá lo mencionara una vez más en todo el día, pero ese enigma fue más que suficiente para mí. Y fue todo. Hablamos de otras cuantas cosas, me mostró cómo hacía su vida diaria, me despedí y emprendí el largo camino de regreso. Luego comprobé con científicos que sus observaciones eran correctas: la cordillera se estaba levantando. De eso hablé en el artículo que escribí. Recuerdo que en esa primera visita el viento proveniente de Campos de Hielo Sur soplaba despiadado sobre la orilla del Lago O’Higgins. A veces llegaba a 90 km por hora y las tenues chispas de agua que desprendía de las olas se transformaban en proyectiles de hielo hirientes al llegar a la orilla. Para sortearlo, Faustino se había hecho con sus propias manos unas hermosas antiparras de explorador con cuero de caballo y vidrio de linternas que vio en una revista. Como un geógrafo que lo visitó después de su aparición en Paula le regaló unas mejores, de alta montaña, en este segundo viaje me obsequió las antiguas. Antes me había regalado unos mapas de 1900.
LLEGAN LOS INVASORES
Cuando escribí esa historia ignoraba que lo que separaba a este inteligente hombre del resto del mundo era un sutil equilibrio que se rompería como un muro de arena. El texto del reportaje llegó por internet a Villa O’Higgins –el último pueblo de la carretera austral y el más cercano a las tierras de Faustino– pero a las autoridades no les pareció tan bueno. A los seis meses, Carabineros recibió la orden de allanar su casa para requisarle las pistolas y la carabina que yo había dicho que él tenía en su poder. Lo citaron al tribunal de Cochrane 400 km al norte. No se presentó a la primera citación y la segunda vez lo fueron a buscar. Primero lo llevaron a Cochrane y luego a Coihaique.
Llevaba 60 años sin pisar la capital regional y lo hizo en calidad de acusado. El mundo había cambiado. Vehículos, calles, edificios, luz en la noche que parecía día. No sabía ni a qué distancia estaba de su casa, porque él todavía usa la medida en leguas. Todo lo sorprendió, pero más todavía que lo reconocieran. “En una tienda”, recuerda, “se me acercó una niña chica y me dijo: ‘¿Usted es el hombre del fondo de la Patagonia que salió en una revista?’ Y yo le dije: ‘Sí, ese soy yo’. Y me abrazó largo rato, como quien abraza a un árbol”.
Pagó una multa, se compró ropa, el primer colchón de su vida y regresó a su campo. Pero, como ya no tenía armas, sus animales quedaron a merced de los ladrones y cuatreros, y él mismo, quedó a merced del Chueco Tiznado, su sobrino y archienemigo con quien, años antes, se había batido a tiros en las montañas, por disputas de tierras y ganado. De treinta caballos que criaba en las montañas, solo le quedó uno. De 300 vacas salvajes, apenas unas sesenta. Estaba perdiendo todo. El simple artículo lo sacó de pronto del anonimato de 51 años y trizó su silencio y sus bienes. “Hasta tuve miedo que me mataran”,me dijo. “Acá nadie se entera de nada. Habría muerto sin más”.
Además, gracias al reportaje, Faustino, tan celoso de su vida solitaria, cobró vida en la contabilidad gubernamental y con ello empezaron a llegarle visitas obligadas: le enviaron comida para la tercera edad, le donaron una instalación de mangueras para el agua, le instalaron una radio de onda VHF que no usa jamás y hasta llegó la intendenta de Aisén a tomarse una foto con él y darle una pensión de gracia durante el gobierno de Bachelet. Después, con Piñera, le llevaron unos paneles solares para darle luz a su casa, pero tampoco los usa porque le interfieren la radio de onda corta que es su único contacto con el mundo. Ahora, ya resignado, él acepta estoico todas las visitas. Años antes, les habría soltado a los perros.
Y como se corrió la voz por la Patagonia que no tenía herederos, remotos parientes llegaron de todas partes a cobrar por adelantado su herencia. Se despertó el apetito de tíos, sobrinos y nietos por la herencia o porque vendiera sus tierras en vida. Apareció un hermano que estaba radicado en Argentina y, posteriormente, de nuevo llegó amenazante el Chueco Tiznado, su sobrino, reclamando tierras supuestamente sin dueño.
Finalmente Faustino se dio cuenta que para todos valía más muerto que vivo. Tuvo miedo.
Para mí, el artículo había sido fuente de satisfacciones. A Faustino, solo le había traído una tonelada de problemas.
LA ÚLTIMA CABALGATA
Desde nuestro primer encuentro, Faustino ha envejecido. Tiene ahora 81 años y realizamos esta vez la que quizás sea su última cabalgata hacia las montañas donde antes criaba a sus vacas salvajes. Sorteamos varios ríos, precipicios, bosques calcinados, playas y lagos, hasta llegar a los pies de Campos de Hielo, donde tiene un puesto de canoas (especie de tejas hechas de troncos ahuecados) en el que permanecía los meses de verano reuniendo el ganado para emprender cada dos o tres años el largo viaje a Villa O’Higgins para venderlas a los comerciantes de carne. Desde 2007 que no subía a la cordillera y lo hizo apenas. En el fondo, era una despedida.
Llegamos frente al Cerro Santiago donde está el cuerno montañoso que proyectaba su sombra en la piedra. Se lo recuerdo. Pero Faustino parece indiferente. Como ya no puede ir a la playa porque le duelen mucho las rodillas, observa desde su casa los amaneceres por una ventana. El oyó, como todos los chilenos, que en el terremoto de 2010 el eje de la Tierra se desplazó unos grados. “Quiero perfeccionar una instalación con un alambrito en la ventana; quizás pueda ver si se movió el eje de la Tierra como dicen”. No lo sabe, pero ese artilugio llamado gnomon lo inventaron los griegos para hacer las primeras observaciones astronómicas.
Después del terremoto hizo la instalación, tensó el alambrito y en el piso de su casa hizo un hoyo para clavar el punto de referencia. Y se dispuso a observar el 20 de octubre, que es el punto máximo que alcanza el sol sobre el Cerro Santiago. Pero el 2010 y el 2011 amaneció nublado y no ha visto un carajo.
Cuesta entender la filosofía de vida de Faustino. No es solo por entretenerse, sino, pormantenerla corduramásallá del básico sobrevivir. No estoy seguro que lo haya captado el realizador de Far Out, quien muestra a Faustino matando una oveja, aserrando un leño, cruzando ríos a caballo, pero nada más y tampoco ¡nada menos!
EL FILÓSOFO
En mi versión, Faustino Barrientos sigue siendo un contemplativo. Solo hay que detenerse a oírlo. Apoyado en la montura mirando al horizonte como esos vaqueros de Bonanza, me dice de pronto: “A veces, pienso que estamos solos en el Universo. Que no hay más vida que nosotros”. Tampoco hay mucha vida al final de la Patagonia donde vive Faustino, casi ningún ser humano y parece que la naturaleza aún no hubiera terminado de formarse. Por eso su extraña conclusión no sorprende para nada.
“Me asombra que haya tanta vida en la Tierra”, continúa. “No solo unos cuantos animalitos, sino tantas plantas, bichos, peces, bacterias, insectos. La vida hizo en la Tierra todos los intentos de salir a flote ¿comprende? Ensayó todas las formas y solo el hombre pudo despegar de los otros. ¿Por qué será?”
Me abisma su curiosidad inextinguible. Su profundidad. Como Faustino escucha frecuentemente los programas de ciencia de las radios BBC, Francia y Pekín Internacional, suele saber más de lo que uno creería. En un enredo confuso, gracioso y hasta mágico de átomos, moléculas, clonación, fertilización, agujeros negros y acelerador de partículas, concluyó: “Yo creo que el hombre, con su inteligencia, va a ser capaz de crear vida. Va a ser su propio Dios”.
De seguro haremos muchos monstruos antes que creemos una naturaleza parecida a la Patagonia. En sus tierras hay doce arroyos. Entre el arroyo que no se congela y el arroyo sucio, hay 1.720 hectáreas de montañas y otros tantos cursos de agua sin nombre todavía. “Esto solo lo pudo hacer Dios”, dice Faustino. “No sé qué Dios. Pero lo hizo Dios”.
Es la cercanía de la muerte lo que lo lleva a estas profundidades del pensamiento. “Sé que voy a morir tarde o temprano”, dice preparando su desayuno en la montaña. “Pero prefiero morir aquí en esta tierra antes que en cualquier parte. Por eso, prefiero dársela al hombre más pobre de Villa (O’Higgins) antes que vendérsela a un millonario”.
MEA CULPA
Andrónico Luksic viene comprando desde comienzos de este siglo miles de hectáreas cada año alrededor de Villa O’Higgins, muy cerca de las tierras de Faustino. Como es el único comprador, todos quieren venderle tierras, lo que ha desatado un inusitado furor comercial en el pequeño pueblo. Muchos parientes o seudo parientes presionaron también a Faustino para que vendiera sus tierras (avaluadas en aproximadamente 200 millones). No le quedó más remedio que ceder a su modo. Hizo un acuerdo con Jorge Lancaster, un colono que vendió sus tierras a Luksic en el Lago Alegre para que se fuera a vivir junto a él a cambio de ayuda y protección. Así que al final de esta cadena de cambios en su vida, ahora Faustino tiene un vecino. Gracias al periodismo, el ermitaño dejó de serlo.
Le pedí disculpas a Faustino por todos los problemas que le causé. Él seguía con la vista un tropel de caballos salvajes en la ribera del Lago O’Higgins: “Es el destino”,me dijo. “¡Qué le vamos a hacer! Pero ahora voy a ser famoso, me van a ver en los teatros por el mundo”, terminó ingenuamente refiriéndose al programa que grabó.
Ahora solo falta que después de ver sus hermosos paisajes en televisión llegue el insufrible “emprendedor” y tras él los odiosos turistas. Mi único consuelo es que Faustino a esas alturas, ya habrá muerto.
“Mientras quede una frontera, siempre habrá un lugar para los inadaptados y los aventureros”, dijo Thomas Jefferson. Faustino es una mezcla de ambas. Yo, en cambio, solo soy un periodista que mete la pata de vez en cuando. Mi caballo –quizás en venganza– me ha tirado dos veces. Sé lo que pretende. Tres cóndores revolotean en círculos en el cielo porque abajo, en el despeñadero, hay una vaca muerta.
(565)