Matar al padre

Lo que hizo la máquina ayer viernes y con luz de día -incluso con mirada atónita hasta de concejales siempre atentos- fue derribar parte de un pasado que, quizá, necesitábamos derrumbar. Espacio de privilegio, que al pasar de los años mantuvo el olor a guardado entre cachos y brisca. Fue particularmente elocuente acerca de la vinculación de sus usuarios con el recinto -que podrían haber definido rearmarlo a construir fuera- y en definitiva de ellos con la ciudad que, al parecer, es un espacio de utilidad más que de raigambre.

Como en Curicó pocas cosas son coincidencia, esto pasa a días de la elección municipal y al día siguiente de que el alcalde por disposición legal dejase el cargo para ir a una reelección. De poco vale preguntarse hoy acerca de un plan, de una visión más amplia, cuando al ver qué pasará con el Teatro, vemos que si no es por una estudiante de arquitectura (Amanda, Curicó te agradece) tendría el mismo destino. La leche ya está derramada, el Club de la Unión de Curicó ya está en el piso.

Al igual que el puente que debemos recuperar para Curicó y Los Niches (con Celso, según el último brigadista), esta falacia visual esperará la eterna recuperación, que, según la probabilística, debería ser un local de venta de quesos, casino de destreza o automotora. Quizá un “estacionamiento de superficie”. Un nuevo peladero para vender por metro cuadrado en ferias de navidad o quizá un hotel, tan de moda.

C’est fini. Kaput. The End. Tán tán.
Fin de un Curicó y frente al municipio.

Ojalá que la gente dada a creer en las señales, lo vean en octubre como una señal de necesidad de cambio, de un derrumbe que debemos propiciar para abrir paso a un nuevo estado de las cosas. Piénselo.

¿Cuál construiremos?

Véase también
Donde está el piloto?


La imagen
Demolición de Club de la Unión, foto por Patricio Bustamante.

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