De vírgenes, crucifijos y paredes de espacios públicos

Columna publicada en El Quinto Poder

Ya se habló acerca del arribo de las vírgenes a la Junji, no obstante, ayer en la clase de historia del Presidente, apareció un símbolo en la muralla que estuvo a su espalda durante la clase. Un crucifico decoraba lo alto de la sala de la escuela pública Millahue D-405 de Cerro Navia.

Ver aquella imagen en un colegio público llama a cuestionarnos en dos sentidos posibles: ¿Dónde están los demás símbolos espirituales? O bien ¿qué hace eso ahí, en una institución pública? O todos o ninguno. La división entre Estado-Iglesia, luego de un intenso debate en las postrimerías del siglo XIX, incluso dio como origen el nacimiento de la Universidad Católica de Chile, como trinchera académica para el nuevo siglo. Las “Leyes Laicas” aseguraban un Estado Laico, que respetaba las diversas confesiones existentes de la época, pero no incluía dentro de sí a alguna de ellas en particular.

Entre Educación Media y Básica recuerdo haber estado en al menos una decena de salas de clase, pero nunca en mi vida vi un crucifijo ni una virgen en aquellas murallas públicas. Es más, en pleno gobierno de Augusto Pinochet -período en el que cursé parte de mi Educación Básica-, con patrona del ejército y todo, nunca vi algo de ese estilo. Qué decir de la época universitaria en una universidad tradicional no confesional. La Educación Pública de la que soy fruto -a mucha honra- debiese promover al menos una ecuanimidad que entregue herramientas ante una posible elección espiritual de los niños y jóvenes, pero no obligar a nadie a tomar una opción en particular en caso de no tenerla, o peor aún, a aquellos que ya profesan alguna religión distinta a la que se supone estadísticamente mayoritaria.

La Educación Pública en sus establecimientos -no ignoro en este punto el deber de los alcaldes de garantizar ciertos estándares laicos como responsables comunales- podrían permitir a lo más en sus murallas, en un sentido de compromiso con la institucionalidad democrática y republicana que ostentamos tener, un organigrama de los poderes del Estado y quienes los dirigen, de modo de fomentar una cultura cívica desde la infancia. A decir verdad, una foto del Presidente sería más atingente que una cruz en un Estado realmente laico.

Sigo sintiéndome en el siglo XIX. Al parecer, todo aquello que nos parecía obvio, no lo era.

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