El Chile que queremos vivir

El terremoto me encontró en Santiago. El edificio en el que vivo, el caos, las sirenas, la oscuridad, el lobby lleno y la vigilia siguen en mi mente. También la caminata zombie por la mañana para ver cómo había quedado la ciudad, la moneda, la plaza, la polvareda, pero no fue ahí cuando la magnitud del daño fue asimilada.

Los barriles apilados de una empresa de salsa de tomates en el suelo acercándose al epicentro daban cuenta de la roja alerta. Tenía que acercarme donde vive mi familia y por consiguiente donde había estado mi propia vida en el pasado reciente. Llegué a Curicó y luego a Curepto. Casas en el piso, otras en demolición, carpas por todas partes y maquinaria pesada tomándose las calles por donde anduve en bicicleta desde niño.

Con el obvio nudo, ante la evidencia explícita de esos tres minutos, se precipita la decisión, la elección de bando del que estaríamos y la que creo que la mayoría ha tomado: reconstruir. Se ha perdido un pasado, sabemos que no debemos seguir aumentando la pérdida. Conocemos el ciclo desde el momento de nacer, por tanto habrá que volver a iniciar el ciclo.

Del mismo modo en que cayeron construcciones de cimientos precarios, la sociedad evidenció la precariedad de su equilibrio emocional, económico y social. Tal como se reconstruirán viviendas en su momento, cabe tomar la segunda gran decisión: qué queremos construir. ¿Queremos lo mismo de antes?, ¿queremos el mismo Chile de antes?, ¿queremos un trabajo bien hecho y pensando a futuro?, ¿qué queremos?.

Como en su momento inundó la terminología post-traumática con los “daños estructurales”, “fisuras”, “calculistas”, etc., hoy comienzan a surgir los “planes maestros”, “estructuras modulares” y un sinfín de iniciativas de apoyo. ¿Qué queremos?, si pensamos en planes maestros que esbocen un futuro posible para las ciudades que haya que reconstruir desde cero o planes de reconstrucción para aquellas patrimonialmente destacadas, debemos percatarnos en los errores del pasado para no volver a caer en ellos.

El secretismo administrativo tiende a cerrar las puertas a una labor coordinada con quienes harán su vida en tales sectores que se planean. La primera intuición nos hace pensar en que no debe ser una labor centralista sino distribuida tanto geográficamente como por las voluntades de quienes integran tales geografías. Podremos apelar al sentido demócrata de representantes para ciertas decisiones, pero la vida y construcción de cientos o miles de casas, barrios, calles, etc., es una labor demasiado compleja como para ser efectuada por un solo humano, tanto por capacidades como por tiempo. Es por ello que se debe incluir en este esfuerzo no solo a la elite administrativa nacional/regional/comunal ni tampoco agregar solo a la elite económica que en base a dinero ha comprado el cupo en la reunión, sino que a quienes vivirán, tendrán su familia y usarán tales ciudades día a día quizá hasta su muerte.

Mientras esto pase, deberemos ocuparnos de una tarea doble: la de no acostumbrarnos a esto como algo “normal” por ejemplo en base a la rutina -vivir en carpas o mediaguas- y la de no permitir el olvido de todos aquellos que día a día sufren por un terremoto que ha derribado parte de sus vidas –por ejemplo, por un mundial de futbol. Por ellos, no perdamos esta oportunidad.

Este punto de inflexión inevitable puede ser una oportunidad inimaginable para pensar, desde el Bicentenario, en el Chile que queremos vivir.

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Concurso GV2010

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Este post concursó con más de cien y fue seleccionado entre los 5 finalistas. Casi logró el primer lugar :p

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